La última prohibición cultural del franquismo

Marzo de 1977 – Suspensión del homenaje a León Felipe

Antonio Gómez

Pasados un año, tres meses y 24 días de la muerte por autoextinción del Caudillo, a tan solo tres semanas de la legalización del PCE y faltando apenas tres meses para las primeras elecciones democráticas sin dictadura, no parece que fuera el momento más indicado para prohibir un homenaje a León Felipe, el gran poeta que había fallecido en el exilio mexicano nueve años antes. Parece imposible, pero sucedió. El 14 de marzo de 1977 hubo que suspender, por orden gubernativa, el homenaje a León Felipe que debía haberse celebrado en el Teatro Monumental de Madrid.

Durante mi trabajo de documentación para escribir la “biografía” del Club de Amigos de la UNESCO de Madrid encontré en su archivo documentos que a veces tienen singular importancia histórica, aunque sea desde esa orilla de la Historia que es la participación popular en ella, porque sirven para fotografiar un momento determinado otorgándole significado. Aunque di sobrada cuenta de esa documentación en el texto final de aquel libro (“Tantas Vidas, tantas luchas. Club Amigos de la Unesco (1961/2011)”. CAUM, Madrid, 2012), pienso que la posibilidad de colgar aquí los documentos originales, íntegros y en facsímil, es una tentación demasiado grande como para resistirla.

En concreto, creo que el original del que se iba a distribuir en aquel homenaje, y que no se pudo distribuir, pero que circuló profusamente entre organizadores y allegados, así como el intercambio de correspondencia sobre la prohibición, vienen a ilustrar a la perfección el final de aquella dictadura y el que fue, seguramente, el último ramalazo censor de un franquismo que habiendo muerto el titular se resistía desesperadamente a desaparecer recurriendo a los suplentes, que aún no parecían darse cuenta de que estaban condenados a la extinción. O a camuflarse entre las filas de la nueva democracia para sobrevivir, que de todo hubo.

Las versiones de aquella transición que sólo describen a las multitudes enfervorizadas desfilando por la avenidas a los sones de “Libertad sin ira” olvidan a menudo la realidad de lo sucedido, al menos en el año y medio transcurrido entre la muerte de Franco y las primeras elecciones, e incluso más allá. La verdad es que 1976 y 1977 fueron años complicados y de duros enfrentamientos y represiones. Hay que tener en cuenta que apenas un año antes del frustrado homenaje a León Felipe, un 9 de mayo de 1976, la policía había asesinado a tiros en Vitoria a cinco obreros tras desalojarlos de una asamblea en una iglesia. O que todavía no habían pasado dos meses desde que el 24 de enero unos pistoleros de extrema derecha asesinaran a cinco abogados laboralistas en su despacho de la calle Atocha de Madrid. Podría citar otros muchos casos, pero estos dos me parecen especialmente evocadores de la tensión de aquellos años de agonía de la dictadura, no ya sólo del dictador. Tiempos también de esperanza en nuevos tiempos y de las luchas para conseguirlo, a las que el Régimen, o lo que quedaba de él, respondieron que la más dura de las represiones.

En aquel contexto, el Club Amigos de la Unesco de Madrid, que desde su fundación 16 años antes constituía el principal centro popular, y legal, de resistencia político-cultural al franquismo, se planteó aquel homenaje a León Felipe no sólo como un acto cultural interno, entre los que eran frecuentes los recordatorios de la intelectualidad de la exilio y la edición a multicopista de su obra, sino como una celebración pública en un gran local para cuya organización se puso gran esfuerzo y en la que se acudió a la consabida complicidad solidaria del mundo de la cultura, que respondió en masa.

Aunque quizás no tanto como Antonio Machado, Lorca o Hernández, la figura de León Felipe gozaba de un enorme prestigio y admiración en España, especialmente entre quienes recordaban que La República había constituido una segunda Edad de Oro literaria y artística. Su poesía tronante, prometeica o tierna, y su inquebrantable enfrentamiento a la dictadura que le había echado de su Patria le hacía merecedor de todo ello.

Homenajear de aquella manera y en aquellas fechas a un representante tan preclaro del periodo de la historia de España en que más cerca se había estado de la democracia, no sólo era una actividad cultural más, sino también un manifiesto político, con el que se quería proclamar que el fin de la dictadura estaba cerca, y que un homenaje de esas características aceleraba el proceso. Tal vez el régimen, o la parte más ultra de él, se dio cuenta y por eso lo prohibió.

El CAUM consiguió, antes de todo y mediante cartas particulares que comenzaron a enviar en febrero, que detrás del homenaje, convocándolo y apoyándolo, estuviera todo el 5º de Caballería de la intelectualidad progresista del momento, la nómina completa de los abajo firmantes habituales, que durante años se habían opuesto al franquismo con la fuerza de su firma y el prestigio de sus actividades intelectuales.

Aunque la lista de adheridos al homenaje figura completa en la reproducción del folleto que va más abajo, permítaseme una breve recopilación de nombres para abrir apetito: Vicente Aleixandre, José Hierro, los hermanos Goytisolo, Buero Vallejo, Celaya, Vázquez Montalbán, Nuria Espert, Genovés, Rabal, Fernán Gómez, Luis de Pablo, Bardem, Otero, Ángela Figueras… Y paro porque eran más de 120.

El 8 de marzo, el CAUM presentó la notificación oportuna de la celebración del homenaje al Gobernador Civil, indicando, como era preceptivo, lugar, fecha y hora, y dando cuenta de los nombres, las direcciones y los carnets de identidad de todos los participantes. No hubo respuesta oficial inmediata y los preparativos siguieron adelante.

El programa anunciado indica que de haber tenido lugar el homenaje, primero hubiera dicho unas palabras Rafael Taibo, presidente de Club, luego se hubiera proyectado un documental sobre la obra del poeta y Francisco Giner de los Ríos, también poeta y sobrino-nieto del fundador de la Institución Libre de Enseñanza del mismo nombre, tenía previsto realizar una semblanza de León Felipe, al que había tratado íntimamente en su mutuo exilio mexicano. En esa primera parte también leerían poemas del homenajeado el actor Adolfo Marsillach y nada menos que María Casares, hija del que hubiera sido Jefe de Gobierno de la República, Manuel Casares Quiroga, actriz fundamental de la escena francesa, sobre la que consiguió todos los honores, y recién regresada por primera vez a España desde su exilio en 1939 para protagonizar una obra teatral de Rafael Alberti. La conciliación de la disidencia interior con la España del exilio, simbólico objetivo del homenaje sobre el final de una etapa política y el nacimiento de otra, estaba ya en la selección de los propios participantes. Como se puede ver, el Club no disparaba sin bala ni descuidaba el significado de su trabajo.

Tras un descanso, estaba previsto un recital de canciones sobre poemas de León Felipe a cargo de un grupo y dos cantautores españoles en su momento de mayor aceptación pública, Aguaviva, Adolfo Celdrán y Luis Pastor, una intérprete que, aunque considerada venezolana era hija de españoles emigrados, Soledad Bravo, y Francisco Curto (las canciones que se enlazan en estas notas corresponden a musicaciones de poemas de León Felipe grabadas por estos mismos cantautores, que sin duda las hubieran cantado aquella noche de haberse celebrado el homenaje), un español de Zamora que, no obstante, se había hecho artista en Francia. Programa completo. Todo preparado. ¡Atención! ¡Silencio! ¡Sonido! ¡Focos!… Prohibición.

Dos días antes de la fecha prevista para el homenaje, el 12 de marzo, la comisaría de Mediodía, bajo cuyo control quedaba el CAUM, sito en el número 7 de la Plaza de Tirso de Molina, trasladó al Club un telefonema de la Jefatura Superior de Policía en el que se les comunicaba que “El Excmo. Sr. Gobernador Civil de la provincia ha acordado no autorizar el acto solicitado por usted y que debía celebrarse en el teatro Monumental el día 14 del actual, ya que no especifica el carácter del mencionado acto, así como por posible alteración del orden público”. Amen.

Prohibición del acto, dos días antes de la fecha prevista para el homenaje

Pero buenos eran los miembros del CAUM, que por entonces debían rondar los cinco mil, como para resignarse a un amen por respuesta. No por nada el Club había sido cerrado tres veces por orden gubernativa, la última hacía unos meses, y su actividad se había tenido que desarrollar bajo vigilancia permanente, con infiltrados policiales en su seno, entre censuras y prohibiciones. Acostumbrados como estaban a las respuestas rápidas, debieron a empezar a moverse en cuanto recibieron la notificación de la prohibición, porque tan sólo dos días después, a las 00:15 horas del mismo 14 de marzo en el que horas después estaba convocado el homenaje, una cuarentena de intelectuales enviaron un telegrama al Gobernador Civil pidiéndole que se reconsiderase la prohibición. La mayor parte de los firmantes ya se había adherido previamente al acto, pero algunos eran nuevos, como el poeta y académico Dámaso Alonso, Alberto Iniesta, Obispo auxiliar de Madrid, o el compositor Cristóbal Halfter.

Texto y firmantes del telegrama de protesta enviado al Ministerio de Gobernación la misma madrugada del 14 de marzo de 1977, tras el conocimiento de la prohibición

Aunque el telegrama iba dirigido al gobernador civil de Madrid, Juan José Rosón de histórico nombre, contestó directamente el ministro del ramo del Interior, que a la sazón era Rodolfo Martín Villa, cuyas andanzas son sobradamente conocidas como para entretenernos aquí con ellas. Eso sí, tardó casi un mes en hacerlo. El 10 de abril el viejo falangista y futuro demócrata dirigió una carta personal a Vicente Aleixandre, que había encabezado las firmas del telegrama, en la que le comunicaba que ya el Gobierno Civil había autorizado el homenaje a León Felipe, al que calificaba de “Insigne Poeta”, así, con mayúscula, para que se celebrara en alguna otra fecha posterior, dando todo el asunto por concluido.

Carta del ministro de gobernación a Vicente Aleixandre, primer firmante del telegrama de protesta

Es cierto que a lo largo de aquel mes el Club había estado gestionando y presionando para que se revocara la prohibición y que habían llegado a una especie de acuerdo en ese sentido con el gobernador civil. Sin embargo surgieron también problemas económicos y de derechos de autor reclamados y el hecho final es que León Felipe se quedó sin su homenaje.

Ya hemos dicho que aquellos últimos años de la dictadura, antes y después de la muerte del dictador, fueron de una extraordinaria dureza en la represión. También en la censura cultural, especialmente para con los cantautores, que en aquellos años se convirtieron en un auténtico referente de la lucha contra el franquismo y por la democracia. Todavía el 20 de septiembre del año anterior, llevando ya el cadáver diez meses bajo la losa del Valle de los Caídos, la policía había irrumpido en mitad del concierto colectivo que se estaba dando en el Estadio del Levante, en Valencia y con el nombre de Trobada dels Pobles, para suspenderlo a golpe de porra. Pero cinco meses después las cosas habían cambiado ya mucho y, en cualquier caso, no era lo mismo un campo de fútbol lleno de banderas y consignas, a más de canciones, que un homenaje a un poeta muerto. Por mucho que fuera un poeta del pasado que en ese momento era, ante todo, un símbolo del futuro y mucha intencionalidad política que se le quisiera dar al acto.

La historia de esta absurda prohibición no puede entenderse sin tener en cuenta la dualidad que presentaban aquellos gestores de los últimos residuos dictatoriales, entre los que convivían, enfrentados entre sí, viejos franquistas, que querían morir matando, y nuevos funcionarios, que empujaban el carro hacia delante quizás sólo para no tener que bajarse de él. El tiempo pondría a cada uno en su lugar. Quizás en el mes transcurrido desde la prohibición inicial hasta la autorización infructuosa del final se enfrentaron esas dos fuerzas antagónicas que convivían en el seno del poder post-Franco y del propio Gobierno, presidido desde aún no hacía 10 meses por Adolfo Suárez, cuyo nombre sonará a algunos.

De todas formas, tal vez influyera también en aquella prohibición la profunda inquina que aquel régimen residual sentía hacia el CAUM, al que consideraban un nido de rojos y contra el que llevaban luchando desde su fundación, con la que les habían colado un gol, sin conseguir doblegarles. De hecho lo habían tenido cerrado, aunque no inactivo, que eso no pudieron (conviene aclarar, que a los tres meses de cerrarse el Club, buena parte de sus directivos y miembros crearon la Asociación Pro Derechos Humanos, con la que continuaron la pelea. Tras la reapertura del CAUM, la APDH siguió por su cuenta y hasta hoy, de tal manera que al final el Régimen se encontró no con un enemigo, sino con dos), durante los meses más críticos del deterioro y la muerte de Franco, de enero de 1975 hasta octubre de 1976. Si se cuentan bien habían sido 22 meses.

O quizá se tratara de la similar inquina que los viejos franquistas de toda la vida le seguían teniendo al propio León Felipe, como lo demuestra que un año antes también se hubiera prohibido un intento de homenaje similar, en el que no figuraba el nombre del CAUM, que permanecía clausurado, pero que contó prácticamente con los mismos convocantes. Parecería que no le perdonaban al poeta aquellos versos que cuando jóvenes debieron haber recibido como una injuria personal:

Franco… tuya es la hacienda…
la casa, el caballo y la pistola…
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo…
mas yo te dejo mudo… ¡mudo!…
Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?